¿Quieren un hueso o perdieron un hueso?
¿Quieren un hueso o perdieron un hueso?
En los últimos años, El Salvador ha atravesado una transformación profunda. No es un secreto que el país hoy camina hacia un rumbo distinto, con más seguridad, desarrollo y oportunidades para todos. Pero, al mismo tiempo, hemos visto surgir un fenómeno curioso, incluso predecible: personas que antes tuvieron algún tipo de relación con el gobierno —ya sea porque trabajaban directamente en instituciones, colaboraban como asesores o simplemente se beneficiaban del sistema anterior— hoy son los que más critican los avances que estamos logrando.
¿Por qué tanto ruido?
Muchos de esos críticos no están motivados por el bien común ni por el deseo de que El Salvador mejore, sino por una razón muy simple: perdieron un “hueso”. Es decir, perdieron privilegios, contratos, influencias o trabajos que quizás no se ganaron por mérito, sino por compadrazgo o favores políticos.
Y luego están los otros: los que “quieren un hueso”. Aquellos que, al no poder obtener un puesto dentro del nuevo gobierno, comienzan a hablar mal del mismo. No porque crean que el rumbo del país sea malo, sino porque su frustración personal los nubla. Les molesta no estar dentro. Les duele ver que otros sí avanzan mientras ellos siguen esperando una oportunidad que, en su mente, merecen más que nadie.
El bien común por encima del interés personal
Esta actitud es peligrosa, porque reduce la discusión política a simples caprichos personales. Ya no se trata de analizar con madurez lo que está bien y lo que se puede mejorar. Ya no se trata de construir un mejor país. Se convierte en una pelea por quién se lleva qué, como si el país fuera un pastel que hay que repartir.
Pero no debe ser así. El Salvador no es propiedad de ningún grupo, ni de ningún funcionario. Es de todos. Y si de verdad amamos este país, entonces nuestras opiniones deben estar guiadas por el bien común, no por resentimientos personales o conveniencias.
Lo que sí está cambiando
¿Acaso no es evidente el cambio en la seguridad? ¿Acaso no podemos caminar por las calles sin temor, como no se podía hace apenas unos años? ¿No es una buena señal que miles de salvadoreños que vivían en el extranjero estén regresando, invirtiendo y creyendo en su país?
¿No hay mejoras en la infraestructura, en la educación, en el acceso a la tecnología? ¿No hemos visto una reducción en la violencia, un aumento en el turismo, y un nuevo orgullo nacional que antes no existía?
Esfuerzos reales, resultados reales
Claro que falta mucho por hacer. Claro que no todo es perfecto. Pero sería mezquino negar que hay un esfuerzo genuino desde el gobierno por mejorar las cosas. Y ese esfuerzo se ve reflejado en acciones concretas, en proyectos a largo plazo y en una visión de país que va más allá del “hoy por mí, mañana por ti”.
Paciencia, confianza y compromiso
No podemos construir un nuevo El Salvador de la noche a la mañana. Esto es un proceso que requiere paciencia, confianza y compromiso de todos. Criticar por criticar no ayuda. Mucho menos cuando la crítica nace de la frustración de no haber sido parte del cambio.
Si de verdad queremos que este país avance, dejemos los pleitos personales a un lado. Dejemos de pensar en los “huesos” perdidos o en los que no se han conseguido. Pensemos mejor en cómo aportar, en cómo sumar, en cómo cuidar lo que juntos estamos construyendo.
Conclusión
Al final del día, El Salvador es más grande que cualquier cargo, que cualquier puesto, que cualquier contrato. Hoy no necesitamos más gente esperando un “hueso”. Lo que necesitamos es gente comprometida, trabajadora y sincera. Gente que, aunque no tenga un puesto en el gobierno, esté feliz de ver a su país avanzar. Porque eso es lo que realmente importa.
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